“We also know there are known unknowns; that is to say we know there are some things we do not know. But there are also unknown unknowns—the ones we don’t know we don’t know. And if one looks throughout the history of our country and other free countries, it is the latter category that tend to be the difficult ones.” – Donald Rumsfeld, US Secretary of State, February 2002

Sobre fines de enero 2020, cuando todavía no se había declarado la pandemia por la Organización Mundial de la Salud, desaconsejé a una persona hacer un breve viaje de negocios a China, a una zona a varias horas de Wuhan, el epicentro. Mi argumento era, aún en esas etapas precoces de lo que luego se nos vino encima, la expresión de Donald Rumsfeld en los meses que siguieron al 11 de setiembre de 2001: lo más importante es reconocer que sabemos muchísimo menos de lo que desconocemos de lo que desconocemos, los unknown-unknowns. El 20 de enero, en mi Facebook https://www.facebook.com/jorgec.stanham/posts/2507227732736191 expresé mi preocupación sobre la falta de información sobre el tema en la página del MSP, cuando la OMS ya alertaba al mundo sobre lo que pasaba en China. Desde entonces y hasta la fecha, hemos reescrito la estrategia y especialmente las tácticas anti-pandemia varias veces, a medida que vamos aprendiendo y sorprendiéndonos, de lo que puede este virus.

En la Edad Media, las pandemias de la peste eran atribuidas a causas análogas a las fake-news conspirativas actuales, cuando no se consideraban castigos de Dios. Los conceptos sobre su causalidad bacteriológica recién llegaron en el siglo XIX y de la naturaleza viral de muchas enfermedades se supo después – aunque la ‘vacuna’ para la viruela data de fines del siglo XVIII. El ritmo acelerado (warp speed = más rápido que la velocidad de la luz) del siglo XXI nos descubrió el código genético del virus SARS-CoV-2 (aún antes de bautizarse como tal) para la primera mitad de enero y el desarrollo de decenas de candidatas a vacunas se va a cumplir en un plazo menor de 1 año.

A esta altura, por cumplirse 1 año de los primeros casos diagnosticados como enfermedad emergente en China, del virus seguimos aprendiendo. Ya está claro que el espectro de manifestaciones de la enfermedad COVID-19 (COronaVIrus Disease 2019) va desde la ausencia total de síntomas (quizá hasta 40%) a la afectación grave de los pulmones, de la coagulación y de múltiples aparatos, sistemas y funciones, por mecanismos no solo vinculados a la acción directa del virus, sino a una tormenta de citoquinas, un proceso inflamatorio-inmunológico, donde nuestra propia biología se vuelve contra nosotros. El ritmo típico, para quienes cursan todas las etapas, se expresa como síntomas gripales luego de la primera semana de exposición, agravación luego de la segunda y muerte a partir de la tercera. Para quienes sólo tienen síntomas respiratorios leves, una significativa proporción queda con secuelas por semanas o meses: ausencia de olfato y del gusto y el fog (niebla) mental que se expresa por lentitud neuro-cognitiva. Se han descrito secuelas neurológicas y cardiacas, aún en quienes cursaron con síntomas mínimos. Lo que sí fue evidente desde el comienzo, es que quienes eran más vulnerables y desproporcionadamente afectados gravemente, eran los mayores de 65 años, los que tenían enfermedades crónicas pre-existentes, además de las minorías étnicas pobres de los países multirraciales o con poblaciones migrantes, de Norteamérica y Europa.

El mundo no conocía una pandemia desde los años de la Gripe Española de 1918-1920. En aquel tiempo, el modo de transporte más rápido era el tren por tierra y el barco entre continentes. Los aviones civiles cumplían funciones postales y no el de mover masivamente a las personas, como lo fue desde la mitad del siglo XX. Esta pandemia ya estaba anunciada: si no sucedió como consecuencia del SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome), el MERS (Middle East Respiratory Syndrome) y el Ebola en estos primeros 20 años del siglo actual, fue porque se actuó bien y a tiempo… y tuvimos algo de suerte. El SARS-CoV-2, que ha ido mutando progresivamente a formas más fácilmente trasmisibles y afortunadamente no más letales, ha utilizado las vías humanas de relacionamiento y desplazamiento en forma eficiente y eficaz. En realidad, no es el virus el que se trasmite: somos nosotros los humanos quienes le facilitamos las vías de contagio. Es como si hubiésemos preparado, con nuestra forma de relacionarnos entre nosotros, con la naturaleza y con el planeta, la tormenta perfecta. Si no cambiamos, no va a ser la última – y para la próxima no faltaría tanto, si no apretamos el botón de RESET.

Lo más grave que ha sucedido en estos 11 meses desde los primeros casos, ha sido la politización de la respuesta (o no respuesta) y la consiguiente negación sistemática de la ciencia como la principal fuente de verdad que conocemos los humanos, especialmente contra un enemigo biológico. Igual que en la Edad Media, las lagunas del conocimiento se han ido llenando rápidamente con fake-news y teorías conspirativas. El ritmo de la ciencia, que es una aproximación progresiva a las verdades, al tiempo que va dejando atrás las explicaciones que se demuestran equivocadas, no es lo suficientemente ágil para la mentalidad moderna, tan dependiente de las soluciones tecnológicas rápidas y del consumo masivo de servicios que producen satisfacción inmediata. El 5 de mayo en mi Facebook https://www.facebook.com/jorgec.stanham/posts/2737699006355728 comparé la pandemia actual con el relato bíblico del Arca de Noé (Génesis capítulos 6-8) que tiene casi 3000 años. El Diluvio Universal fue una catástrofe natural, común en muchas tradiciones de la antigüedad, pero lo que sí se destaca es que se salió bien de ella con la combinación de 3 factores: liderazgo (Noé), información cierta (llovería 40 días y noches) y ciencia: hasta que la paloma no volvió más (había enviado 4 aves a explorar el entorno) no autorizó del descenso seguro del arca. Los países que mejor han enfrentado la pandemia, aún con altibajos, han cumplido estas 3 condiciones. Quienes politizaron la pandemia, ignoraron su gravedad sanitaria y recurrieron a las fake-news y teorías conspirativas, resultaron ser los peores y trágicos ejemplos.

Lo que más ha hecho avanzar la pandemia ha sido la combinación de egoísmo y estupidez. El egoísmo se ha expresado en aprovechar para uno en desmedro de los demás, lo poco que aún se sabe de este virus. Así, vemos que los jóvenes, quienes se sienten más a salvo de las formas graves de la enfermedad, priorizan su deseo de socializar y se reúnen sin distanciamiento, en espacios cerrados y sin protección, al mismo tiempo que de las empresas, según una reciente investigación de la Inspección General de Trabajo, el 59% incumplía los protocolos establecidos para que pudieran permanecer abiertas. Afortunadamente, en Uruguay el espectro político ha actuado en forma coordinada y con liderazgo para priorizar la salud, en base a la ciencia y la solidaridad, que son las únicas herramientas que nos amortiguarán el inevitable impacto en la economía y la sociedad por la pandemia.

En el momento que escribo estas líneas (28 de noviembre) los datos de anoche (186 casos nuevos y 4.2% de positividad en más de 4000 tests) no auguran nada bueno a corto ni a mediano plazo. Estamos aún a tiempo de enlentecer y disminuir la expansión del virus, pero necesitamos de las 3 herramientas que se describen en el relato bíblico: liderazgo (lo hay), información cierta (hay que desacreditar y no difundir las fake-news y las teorías conspirativas) y tener confianza en la ciencia (el GACH – Grupo Asesor Científico Honorario). Todos esperamos ser salvados por unas mágicas vacunas, lo que está en sintonía con la confianza en la tecnología para resolvernos los problemas – sin poner nosotros todo el esfuerzo que deberíamos. Es muy probable que algunas de estas vacunas funcionen (y otras no) y no estamos exentos de efectos adversos, incluso graves, de alguna de ellas.

¿Hasta cuándo estaremos conviviendo con este virus? No podemos saberlo: aún hay muchos unknown-unknowns. ¿Es posible que dentro de 1 año estemos viviendo una vida parecida a la normal? Quizá, pero tengamos presente que nuestro modo de vida normal, previo a la pandemia, fue lo que facilitó que ésta se diera de la forma como la estamos y seguiremos viviendo por un tiempo.

Lo que sí habremos aprendido – espero – es cómo enfrentar la próxima, la que probablemente no esté tan distante como 1 siglo desde la anterior que padecimos

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